MIAMI LA TRITURADORA DEL "SUEÑO A LA PESADILLA"



Para un completo conocimiento de la Cuba actual, resulta imprescindible viajar a Miami. No se puede ni se debe ignorar a una parte importante de la población cubana que en sucesivas oleadas ha ido y va poblando una ciudad pantanosa y desparramada, en la que los latinos son la mayoría de la población. Municipios como Hialeah, casi exclusivamente habitado por cubanos asentados hace años, lo conforman casas con jardín como las del habanero Vedado que dejaron, con capillas de San Lázaro o Santa Bárbara de tamaño natural e iluminadas con luces de neón. Allí no hablar español supone una limitación importante.
Caminar por la Calle Ocho es como recorrer una inmensa galería penitenciaria, con celdas en ambas aceras y rejas hasta en los escaparates. La penitencia es Cuba. Cualquier comerciante cubano, previa comprobación de que no te acercas con intención de atracarle (serías el séptimo del año) enhebrará una generosa y suave conversación con la añoranza de Cuba como telón de fondo. Se lamenta de lo cara que se está poniendo la supervivencia en esta máquina a la que llama la trituradora porque acaba con los valores, caballero. Comenta que vive la mitad del año en su casa de Guanabacoa y la otra mitad cumple condena en su tienda.
El Douwtouwn es un gran supermercado multinacional donde se reparten el comercio todas las tribus hispanas: junto a la omnipresente cubanía aparecen brasileiros, argentinos, dominicanos, peruanos y taxistas haitianos. Un cubano oriental desdentado, agobiado por una economía casi de subsistencia, con familia numerosa y un negocio castigado por la violencia cotidiana (ayer mataron a martillazos al dueño de la tienda vecina) defiende su negocio desde el umbral de la puerta, con el bate al alcance de la mano. Si pudiera volvería a Cuba y dice que vive en el país más mierda del mundo, lo define como comunismo con comida.
Fuera del exclusivo Miami Beach (un auténtico pastel de repostería judía) todo está lejos, a varios transfer de distancia. En las concurridas paradas de los transportes públicos, sea bus o metro-rail, se amontona una multitud de personal afroamericano, como llaman a los negros, que sólo habla un argot del inglés. Para decir cuatro dicen fó, así seco, sin mirarte a la cara y sin el apoyo de cuatro dedos que quieren decir lo mismo en todos los idiomas, mientras por un colmillo de oro te escupen que no hablan español en un exagerado inglés.
El cubano en Miami se maneja en una suerte de funambulismo lingüístico que resulta en ocasiones muy divertido. El espanglish irrumpe con toda impunidad. No es extraño escuchar “te llamo patrás cuando esté redi”, queriendo decir que te llama después cuando esté preparado. Te advierten sobre gangas y gangueros refiriéndose a bandas delictivas, son especialistas en guías y periódicos fri y en productos mikimaus, de escasa calidad pero baratos. Yo pensé que una cosa quiú era hortera pero parece que es algo bonito. Un empleado de la agencia de alquiler de coches, al ver que mi pie izquierdo exploraba los pedales buscando el embrague ausente, me dijo que no había carros para rentar con cloche porque acá son automáticos. Este cóctel idiomático está más arraigado en la primera emigración, aquellos que salieron de Cuba con el triunfo de la revolución.
La integración lingüística de los cubanos en Miami es desigual pero en todos los casos dificultosa. Mientras una minoría con más de treinta años de residencia habla un inglés fluido, aunque con acento, los llegados en los últimos años a duras penas se hacen entender. Para algunos la integración se ha limitado a sustituir el ocá cubano por el okei para manifestar su acuerdo a trabajar ilegal, por la izquierda lo llaman, y cobrar menos de cinco dólares la hora. Para otros el entorno social y laboral sigue siendo netamente cubano, lo componen los que eran su familia, amigos y vecinos de su barrio de La Habana, todo es igual pero más triste.
Las paradas de autobús se suelen convertir en improvisados templos, donde latinos de todas las nacionalidades predican la palabra de sus dioses respectivos, especialmente si están a la sombra del metro-rail, porque en Miami el metro va por arriba, a ocho o diez metros de altura. El público espera la guagua con paciencia caribeña mientras el chofer hace un breiquecito, se toma un quince, te aclara explicativa una anciana cubana, para engullir cualquier comida basura inundada de salsas y una soda con hielo. La sombra del metro-rail próxima al dautaun (centro de la ciudad) es el lugar de encuentro de docenas de jomlés o sintecho que esperan la hora de cierre de los negocios para rebuscar en sus basuras algo de comida y mantener su obesidad.
Los transportes públicos tienen una frecuencia similar a los camellos de La Habana, eso sí, con aire acondicionado y algo menos apretados. Por Jaialía (Hialeah) circula una línea de buses llamada La Conchita, bastante destartalada y con un pasaje 100% cubano. El metro tiene una fuerte presencia policial, un policía equipado con chaleco antibalas patrulla cada vagón mirando fijamente a cada pasajero, aquí no hay medias tintas son fornidos negros o blancos como la leche, estos últimos llevan como complemento del uniforme unas gafas rayban. Todos llevan sombrero de alas como en las películas y en sus coches particulares lucen llamativas pegatinas en las que manifiestan su odio al comunismo en español y en inglés, para que no haya dudas.
Es casi obligado tener carro, aunque sea un transporteishon, como llaman los cubanos a los coches baratos de segunda mano. Fuera del centro de la ciudad apenas hay aceras, no está pensada para los peatones, la duración del muñequito verde es tan breve que hay que esprintar para no ser arrollado por una marabunta de coches. Ejercer de peatón para cruzar la yu es guan (US1) es una actividad de alto riesgo. Es tal la exigencia de coche que uno opta por rentar un carro en una agencia y lanzarse a hacer millas por la carretera que va a los cayos en medio de un tráfico lento por la permanente presencia policial.
Los cayos son un rosario de pequeñas islas que se inicia con el cinematográfico Key Largo, Marathon, el puente de las siete millas, Islamorada y finalmente Key West, capital de la Conch Republic. Es una ciudad con gracia, tanto en su arquitectura como en su ambiente de agradable bohemia. La sensualidad variopinta y multicolor se mezcla con jipis jubilados que mendigan para beber, rastas y otras hierbas de fumar, en una apacible convivencia con comerciantes y pasajeros de cruceros de lujo. Allí vivió Martí sus días de exilio y bebió Hemingway largas temporadas, concretamente en el Sloppy Joe’s, de donde se llevó a su casa (distante varias manzanas) un urinario para usarlo como bebedero de gatos.
METRO RAIL DE MIAMI, VA POR ENCIMA

MIAMI BEACH, CON SUS EDIFICIOS ART DECO


CAMINANDO MIAMI VI ESTO



MONUMENTO PARA TURISTAS 

Es el punto geográfico más próximo a Cuba, noventa millas dice el cartel, yo creo que más

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