UNA HISTORIA PARA MORIRSE
Relato breve escrito en recuerdo del
cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea, director de “La Muerte de un burócrata”.
La
parca administrativa
Que algún órgano de la administración te dé
por muerto mosquea, al principio je-je, ji-ji … pero mosquea. Me ocurrió hace
bastantes años, cuando la Seguridad Social cambió las tarjetas de dos páginas,
tipo libreta, por las de banda magnética. La recibí por correo, allí aparecía
mi nombre y apellidos completos con una dirección totalmente desconocida para
mí, en una población donde nunca residí, además estaba considerado como
pensionista, lo que me daba la posibilidad de tener medicamentos con coste cero
(¡qué tiempos aquellos!).
Agotado el repertorio de bromas en el
entorno, y la recomendación de mirar para otro lado y aprovechar las ventajas
de la condición de pensionista por parte de alguno, decidí personarme en una
oficina para “desfacer” el entuerto. La funcionaria escuchó mi explicación sin
quitar los ojos de la pantalla e inició una batalla contra el programa
informático de la que me tuvo al corriente en todo momento, lo vivimos con la
intensidad de una final de la Champions. Finalmente, con la satisfacción de
haber ganado la guerra del sentido común contra la lógica tonta de la
informática, nos despedimos efusivamente después de aclarado el error.
Esto fue un lunes de verano, dos o tres
días después intenté programar visita médica en el ambulatorio que me
correspondía cuando me dicen que fallecí el pasado lunes. La alternativa que me
ofrecía aquella chica que empezó diciendo que era nueva, que la habían
contratado para sustituciones y que me miraba con el pasmo de quien habla con
el más allá, era que yo aportase una fe de vida para aclarar la situación. Le
agradecí el consejo y regresé a la oficina donde supuestamente habían subsanado
el error sin que me costase la vida.
La homicida virtual que me atendió pocos
días antes había iniciado sus vacaciones sin ningún remordimiento, y en su
lugar una veterana administrativa escuchó con mucho interés mi relato, comprobó
en su ordenador que, efectivamente, se encontraba ante un cadáver
administrativo, indagó si quien me quitó la vida era una rubia con gafas y
esbozó una leve sonrisa al identificar a la asesina. Con la parsimonia y el
rostro compungido de quien da el pésame, me dijo que la solución no estaba en
su mano porque no podía modificar la base de datos.
Reconozco que estaba muy alterado, ante la
falta de respuesta amenacé con quedarme de cuerpo presente en la oficina y con
aquellos calores de agosto empezar a descomponerme a ritmo acelerado, ya que
llevaba varios días muerto.
Después de un inexplicable milagro
administrativo resucité y me asignaron médico sin derivarme al forense.
Juan Giraldo González