UNA LIEBRE MORADA

En una sociedad como la cubana tan machista hay momento para el erotismo de los juguetes sexuales, les atrae como curiosidad, o entrenimiento?. Quizás cansadas de la monotonía de las parejas, que es para lo que se fabrica reactivar la pasión. Ahí lo dejo y piensen ustedes.


INTIMIDADES

por Lisandra Puentes Valladares

Quiero una liebre morada

Por el título de este texto pueden pensar que enloquecí completamente, pero quienes sean adictos a Sex and the city, como yo, adivinarán a lo que me refiero...

(Cubahora)

Por el título de este texto pueden pensar que enloquecí completamente, pero quienes sean adictos a Sex and the city, como yo, adivinarán a lo que me refiero. Ya saben que tengo un tema con esa serie, que la he visto un millón de veces, que no me aburre, que en mi vida hay un Mr. Big y que hasta tengo mi propio comportamiento secreto solitario.

Por lo tanto, como buena víctima de la industria cultural, quiero tener la liebre, el mismo juguetico que compraron las chicas de la serie en un capítulo de la primera temporada. ¿Ya adivinaron a qué me refiero? No es precisamente al conejo de Alicia, aunque ahora mismo les encuentro ciertas similitudes morbosas que mejor ni comento.

El nombrecito tierno pertenece a un dildo o consolador, como prefieran llamarlo, y es un aparatico de color morado con un precio de 92 dólares, según dicen en la serie. Supongo que las ventas de estos juguetes se dispararon después de aquel capítulo. Nada más había que ver a Charlotte encerrada en casa con su nuevo entretenimiento, justo luego de decir que un vibrador no te llama en tu cumpleaños, no te manda flores ni puedes llevarlo a conocer a tu madre.

Claro que yo no tengo ninguna intención de sustituir a un hombre con un aparato de goma; pero sí me encantaría pasar por una tienda y valorar la posibilidad de ahorrar un par de meses para poder darme el gustazo de conocer a la liebre. Y puede que hasta se me quiten las ganas y todo. El problema es que quien quiera una liebre o cualquier otro juguete sexual aquí tiene que encargarlo fuera de Cuba.

Algunas de mis amigas tienen vibradores porque sus parejas se los han traído de un viaje como regalo. Esa es una opción, siempre se le puede pedir a alguien, pero creo que se pierde un poco la gracia al no poder salir de “compras” como si fuera lo más natural del mundo.

Por más que me lo cuestiono no entiendo a qué se debe semejante pacatería. Con lo mucho que nos gusta presumir en Cuba de nuestro erotismo, calentura, poder sexual y todo lo que se nos ocurra. Pero nada de jugueticos, eso no nos toca.

Dicen que hay sex shops por ahí, en el mercado negro. Supongo que sí, que se encuentra de todo si buscas en el sitio correcto. Pero a mí me da pereza hasta conseguir un celular nuevo, por mucho que lo necesite. La verdad es que andar mataperreando detrás de un vibrador puede sonar excitante, pero el interés no me da para tanto. Además, seguro que cuestan el triple de su precio en el exterior, y ya de por sí son caros, según me cuentan los que saben.

Desde que vi un simpático cortometraje de Eduardo del Llano sobre el tema me pregunto por qué el asunto está tan clandestino en un lugar donde los condones se venden hasta en las cafeterías. Por fin me decidí a escribir porque hace poco una amiga, a cargo de la producción de una obra teatral, andaba como loca detrás de un dildo para la función y no tenían de dónde sacarlo. Por supuesto que siempre aparece alguien dispuesto a compartir el suyo y mi amiga logró resolver. Pero pocas veces escuchamos a una mujer decir abiertamente que le trajeron un vibrador y que está encantada con él.Claro que siempre existen sustitutos, como el famoso tubo de desodorante. Incluso un amigo me contó que se había convertido en un experto en fabricarlos de poliespuma para sus amigas lesbianas. Pero eso no me llama la atención. ¡Yo quiero la liebre! Pensaba que como la serie es de los noventa ya la liebre había dejado de venderse. Y resulta que una amiga que regresó hace poco de Europa me comentó que aún existe y en una versión mejorada. ¡Qué ilusión! Ya veré cómo me las arreglo.